En Opinión: “Ojala, ahora sí sirvan para algo bueno” por Horacio Corro Espinosa

 

Fue en la gestión de Adolfo López Mateos, cuando se estableció lo novedoso y demagógico de los diputados «de partido». Hasta entonces, los padres de la patria llegaban a su curul gracias al robo de ánforas, al asalto de casillas, al traspapeleo de boletas, o al amañamiento de padrones.

Hoy, después de un montón de años, los diputados oficiales de siempre dejaron de ser lo que eran: la aplanadora.

Para infortunio de ellos, a los priístas, ya les queda demasiado tarde reconocer que durante todos los años que ellos estuvieron en el poder, se distinguieron como morosos, corruptos, que habían abusado del cargo, del compadrazgo, y de la alcahuetería.

A pesar de las declaraciones de los últimos presidentes del Revolucionario institucional, quienes aseguraban que no volverían a caer en la influencia ciega de los amigos y compadres, nada cambió. Siguieron pasando grumos muy gruesos y natas espesas, por la amplia coladera priísta. Hoy sabemos que sus palabras tantas veces repetidas no representaron las ganas de cambiar.

Lo que ahora a muchos nos preocupa, es que el partido que en unos meses más tomará el poder, está lleno de la gente que formó parte de aquellas tradiciones repugnantes. Ojalá al rato no veamos a fulano tonto con mención honorífica. A zutano pillo: sin mácula. A mengano: alcahuete. A perengano: mocito de alcoba extraconyugal. Al compañero de banca en la primaria: recomendado. Y como muchas veces no se tiene dónde colocar a tanta gente, pues las pondrán en oficinas públicas como mensajeros, edecanes, abre puertas y pasa tarjetas.

No será fácil quitar de tajo esas mañas. Seguramente ninguno de los triunfadores está viendo lo que se puede venir encima. Ahorita andan ciegos por la euforia que sienten, ya que están en el umbral del máximo honor que puede conferírsele a un hombre por parte de su partido político. En este momento les rodea la adulación, primer peldaño hacia la glorificación.

Los triunfadores, poco a poco irán convirtiéndose en el eje de la vida de su partido y de sus pueblos, en caudillos perfectos. Lo terrible es que empiecen a creérselo.

Seguramente la mayoría de los candidatos hablaron de justicia social frente al electorado, si lo hicieron, por favor, no ensucien esas palabras con la mentira, porque a esa gente ya no puede mentírseles más, porque ellos esperan, de verdad, un nuevo horizonte.

Estoy seguro que todos queremos recuperar a nuestros representantes. ¿Hace cuánto tiempo dejamos de identificarnos con nuestro diputado o con nuestro presidente municipal? Pasaron los caudillos, siguieron los líderes y, de pronto, aparecieron hasta en las comunidades más apartadas, los anticristos destructores, los ambiciosos, los prepotentes e insensibles.

Por todo lo que hicieron estos últimos, nació la desorientación ideológica y las frustraciones cívicas. Aun así, los pueblos soportaron todo con excepcional lealtad.

Estoy seguro que los que ocuparán una curul, ya se sienten sentados en ella y sienten acariciarla. A los que ocuparán una presidencia municipal, sueñan que dan órdenes y todos le obedecen para el bien del pueblo. Ojalá no confundan, como suele ocurrir, el símbolo con el servicio mismo.

Ojalá, no se dejen llevar por la lisonja ni se entreguen a la superficialidad de su pequeña corte de aduladores, de esos que nunca faltan.

 

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