El papi de Pedro Infante

Don Ismael Rodríguez, cineasta mexicano, fue hombre muy valioso. Por lo tanto era hombre muy sencillo. Una noche conversé con él aquí en Saltillo. Fue una gratísima conversación. Una sola pregunta hice, y fluyeron las palabras y los recuerdos de don Ismael igual que sale el agua de una espita cuya llave se ha abierto. Esa pregunta fue:

-Ismael: ¿cómo comparas a Jorge Negrete y Pedro Infante?

Aclaración al calce: por su edad y por sus méritos yo empecé hablándole de usted a ese gran director de cine. De pronto él me interrumpió:

-Oye, Catón: nos hemos tomado ya tres tequilas y nos hemos contado buenos chistes. Ni yo soy tan viejo ni tú eres tan jovencito como para que me estés hablando de usted. Hablémonos de tú.

Según la vieja usanza me tendió la mano; yo la estreché y así empezó el tuteo.

-Ismael: ¿cómo comparas a Jorge Negrete y Pedro Infante?

-Mira: la distancia que había de Pedro a Jorge en voz, esa misma distancia en lo que se refiere a simpatía o ángel la había de Jorge a Pedro.

En efecto, Jorge Negrete era dueño de una voz poderosa de barítono, capaz de dar notas muy altas y sonoras. Pedro, en cambio, tenía una voz pequeña, sin la potencia y brillo del gallardo charro cantor. Sin embargo el carpintero de Guamúchil poseía eso que en España se llama “duende”, en Inglaterra “it” y entre nosotros “ángel”: un misterioso encanto (o, como decía Corín Tellado: “un no sé qué que qué sé yo) gracias al cual un artista cae en la gracia del público haga lo que haga y diga lo que diga. Ese mismo carisma tenían, cada quien en su campo, figuras como María Conesa, el Panzón Soto, Cantinflas -el de los primeros tiempos-, Lorenzo Garza, Eloy Cavazos, Pardavé, el Piporro…

Me contó don Ismael Rodríguez que en un principio Pedro sentía temor de trabajar al lado de Negrete.

-No me pongas al lado de ese señor, papi, por favor. Caray, él es muy alto y yo chaparro; él tiene un vozarrón y yo un chisguete de voz; él es un hombre culto que habla tres idiomas; yo apenas sé escribir mi nombre.

Le respondió don Ismael:

-Todo eso es cierto, Pedro. Pero tú tienes algo que él no tiene: gracia, simpatía, ángel… Sus calidades son humanas.. Pero lo tuyo, Pedro, es don de Dios, y no lo puedes regatear.

Cuando por fin actuaron juntos en “Dos tipos de cuidado” ambos artistas lucieron sus facultades: Jorge Negrete su varonil apostura, su señorío, su elegancia y su preciosa voz; Pedro Infante su sentido de lo popular, su naturalidad, sus notables cualidades de actor, la expresiva emoción que ponía al cantar. Y no hubo en aquel mano a mano ni vencedor ni vencido: cada uno de esos dos magníficos astros brilló espléndidamente con luz propia.

En cierta ocasión el papá de Pedro, don Delfino, le reclamó en broma a Ismael:

-Oiga, señor Rodríguez: tenemos que aclarar una cuestión. Los periodistas dicen que usted es el padre de Pedro Infante. Ya le pregunté a mi señora, y me asegura que el papá de Pedro soy yo. ¿Cómo está eso?

Y es que los críticos de cine señalaban que gracias a la dirección de Ismael Rodríguez había Pedro Infante alcanzado la plenitud de su talento.

Pedro rio mucho aquella ocurrencia de su padre, y en adelante llamó “papi” a su director.