Karen nos unió y Karen nos dividió

Soy mamá de una mujercita de quince años.

La frase anterior con seguridad hará que usted entienda el terror que me invade cuando leo, veo o escucho que alguna joven está desaparecida, o que la mataron, o que algún vival la lastimó.

Y no creo ser la única. Como sociedad, nos hemos sensibilizado lo suficiente para unirnos, aún con nuestras diferencias, cuando sabemos que una mujer no aparece o que es víctima de la violencia feminicida.

Así sucedió antier y ayer. Nos enteramos por las redes y los medios de comunicación que Karen Espíndola había desaparecido.

Supimos que salió del metro General Anaya en la Ciudad de México y abordó un taxi para llegar a su casa. Supimos que se comunicó vía mensaje de texto con su mamá y después no supimos nada por horas, hasta que nos enteramos que apareció.

Lo bueno: estaba sana y salva. Lo malo: Karen había mentido y nunca estuvo en peligro. Lo peor: Karen nos dividió y por supuesto, nos enojó.

Y es que en verdad nos tuvo con el Jesús en la boca porque a diario son uno, dos o más casos de mujeres que desaparecen y no volvemos a saber de ellas, o si sabemos, es porque están muertas.

Debo dejar claro que jamás criticaré que una mujer adulta, en plena conciencia de sus actos, decida salir un día (con todo y su noche) a divertirse, disfrutar su vida, ejercer su sexualidad.

Es su derecho, claro que sí, y la vida privada de cada quien no es el tema.

La bronca es que por lo visto Karen – o cualquier mujer que quiera tomar una actitud similar -no tiene la mínima idea de lo difícil que ha sido lograr que las autoridades se pongan en acción en cuanto se les reporta la desaparición de una persona, pues lo normal era enfrentarse al típico “hay que esperar 48 horas para levantar la denuncia”, “¿Está segura que no se fue con el novio?”, y frases tan absurdas y humillantes que escuchaban las familias de quienes, por no ser atendidas de inmediato, recibían posteriormente la noticia de su asesinato o jamás volvían a saber de ellas.

El tema, pues, no es menor.

A Karen se le ocurrió engañar a su familia -y de paso a todo el país- y no midió las consecuencias de semejante mentira.

Primero incendió las redes por estar desaparecida. Después las incendió por aparecer tras una noche feliz.

Pero lo realmente importante es que como sociedad no bajemos la guardia. Una golondrina no hace verano, dicen y este asunto no debe desestimar el esfuerzo de las autoridades que ahora sí se están poniendo las pilas para frenar esta lastimosa epidemia de feminicidios que vivimos. Tampoco nosotros, los ciudadanos de a pie, debemos abandonar a las más de diez mujeres que son asesinadas a diario por pensar que todas mienten o que si les pasa algo, se lo merecen.

Hemos madurado lo suficiente como sociedad para permanecer unidos cuando se requiere y la mentira de Karen no debe, por ningún motivo, frenar nuestro esfuerzo ni nuestro deseo de cuidarnos y mantenernos vivas.