En Opinión: “La otra educación” por Sócrates Campos Lemus

¡QUE CONSTE,…SON REFLEXIONES!

PUES sí, explicaba Leoncio allá en la reunión mensual de su comunidad en la Sierra Norte de Oaxaca. Terminaron de poner las tareas del Tequio a cada uno de los presentes y presionaban a los que estaban fuera de la comunidad para que ayudaran con recursos para la obra, y una viejita, casi ciega de tanto llorar, con cataratas en los ojos, desdentada, pidió la palabra: “Pues señores autoridad, ustedes saben que desde hace muchos años se fue al Norte mi esposo y después mis hijos, de vez en cuando me envían dinero que es lo que utilizo para vivir y guardo un poco para que cuando regresen tengan algo, no puedo trabajar, les llevo a la obra de la escuela a los que hacen el Tequio lo que puedo, agua o algunas tortillas, por eso pido que no me pongan en la lista de hacer cosas, ya hice mucho a lo largo de mi vida: una familia, unos hijos decentes y hasta cuidar a algunos nietos, quiero a mi pueblo, no he salido jamás, no conozco más allá del río donde lavo, ni más allá de donde tengo el terreno de milpa, ni del monte donde recojo la leña, por eso estoy tan agradecida con mi tierra y con todos mis vecinos por ese respeto que nos tienen y  pido ese favor, incluso de no poder dar todo lo de la cuota por los ausentes. Gracias a Dios y a todas sus mercedes”.

         El silencio era cortado por los lejanos ladridos de perros y se podían olisquear los humores de todos y el olor de leña y café, el Tata Mandón se levantó con dificultad y solicitó la palabra: “Es cierto lo que dice la doña conocemos a doña Clemen desde hace muchos años, ha sido una buena vecina y siempre atenta a las familias y al pueblo, apoyo lo que pide y ruego a sus mercedes votar por ella”, todos levantaron la mano y así, se fueron levantando para ir a las labores y doña Clemen agradecía con rezos la respuesta de su gente.

         Parece mentira que por tan poco que es el todo, las gentes en los pueblos tengan ese agradecimiento y ese respeto, agradecen hasta por lo que no reciben, por la seca, la lluvia, los truenos, los vientos, el hambre, la enfermedad y nadie se queja, se escucha toser en muchos sitios y los niños moquientos salen a jugar como siempre con nada, con piedritas y caminos trazados en la tierra y corcholatas figurando carros o soldados para las batallas, canicas de barro o huesitos de durazno que intercambian, aros de llanta para corretearlos y carretones de cajas para viajar en el mundo, y todos agradecen, son agradecidos por eso que muchos dejan al olvido.

         Doña Clemen no es vieja “mocha” pero si creyente, y al llegar a su choza se postró ante una vieja cruz con un cristo elaborado con la vieja técnica de la caña de maíz que venía desde no sabían cuántos años ni de dónde y agradecía por lo que acababa de vivir y de lo que todo eso significaba para ella, lloró las ausencias de las querencias, el Beto, uno de los niños de una de sus hijas dejado a su cuidado la veía desde una esquina con ojotes bien pelados y aumentaba el amor por doña Clemen que callada siempre que estaba cerca le acariciaba la cabeza y lo apretaba con sus viejos brazos, eso era lo mejor del día, las caricias y abrazos, por eso desde pequeñín daba siempre gracias por la abue y la veía hacer sus mezclas de plantas para todo mal y para las limpias y de cómo a ellos no la tachaban como a alguna otra de “brujas” sino de curandera.

         Un día muy temprano salía doña Clemen de la casa y él la siguió, pensaba que ella no lo podía ver, pero jamás imaginó que lo sentía, la energía era su mejor forma de vista y así, llegó a un punto del cerro y con una lamparita encontró un grupo de plantas y a cada una la llamaba por su nombre y le rezaba por su bien y le pedía permiso para tomarla, él aprendía con ver, es lo mejor que se aprende en la vida…

         Cuando ella se ponía de pie con dificultad él se acercó a la abue y le ayudo, ella con sonrisa y amor, le dio su bolsa para que la cargara y le dijo que tuviera buenos pensamientos porque la maldad aparece en lo que se piensa y se acumula en el corazón, que dejara la nostalgia y el resentimiento fuera de su alma, que diera gracias incluso por lo que nadie quería porque era la forma de dejar el mal a un lado y que la nostalgia en vez de llanto se convirtiera en los buenos recuerdos de los momentos y del agradecimiento de todo lo que tenía, así, con la letanía que ya conocía de memoria el nieto se formaba su nuevo conocimiento en la razón de ser del buen manejo de las cosas., así conocía los secretos de todo y del porqué servían las plantas para los males e incluso para los bienes y se formó, al paso de los años, el curandero, “Tobías”, el beto cambiado,, el nieto de doña Clemen y esto era como su título del buen conocimiento.

         La vieja un buen día, solamente suspiró en el casi amanecer de la Sierra, en el buen clima, y el nieto sintió  de cómo su alma se despedía y de pronto escuchó caer un sartén en la cocina y supo de que ella se despedía, se levantó y le acariciaba la cara y le rezaba para que su camino fuera bueno al llegar a su nuevo destino, no lloró, recordaba cada momento de su vida y de cada instante de los días pasados a su lado, nadie avisó a los suyos de la despedida de la abue, pero llegaron con pena y llorando, la madre de “Tobías” lo vio y supo de todo porque las madres leen en el corazón y platican con el alma y le daba gracias a la abue por su labor. La enterraron al lado de los suyos en el pobre camposanto del pueblo, levantaron la cruz y rompieron el silencio y dieron paso a la cascada de lágrimas, dejaron, no sin insistir a “Tobías” como el jefe de la casa, ya era un hombrecito y serio, así comenzó su verdadera historia para curar y servir, jamás cobró y siempre lo hizo con gusto, cada vez que tenía al enfermito suplicaba a la abue que le iluminara para servir y no servirse, para ayudar y no pedir, para dar gracias y no tener malos pensamientos y siempre tuvo el tino y jamás perdió el control, todas las noches daba gracia a la abue y la veía entre las brasas del carbón con su sonrisa arrugada y sus ojitos perdidos como en la nada…dando todo, cono aquella viejita que un buen día llegó con una cajita para dar todo los que tenía: “Soy pobre y dejo está cajita de nueces que es el alimento del cuerpo y éstas estampitas que son el alimento del alma”… así es la historia.