
Por Wilfrido Hernández Cardozo – Redacción
En el discurso oficial de la “transformación”, la austeridad se ha elevado a un principio republicano inquebrantable, desde la austeridad republicana hasta calificaciones de “pobreza franciscana”. Suena bien: acabar con los lujos del poder, disminuir gastos fastuosos, devolver dignidad al servicio público. Sin embargo, la realidad es otra. Mientras los funcionarios y sus allegados portan camisetas de diseñador, viven en mansiones en el extranjero y se pasean en camionetas blindadas, el resto de la sociedad asiste al colapso previsto de carreteras, puentes, hospitales e instalaciones públicas esenciales.
- El discurso de austeridad que oculta despilfarro
No es casual que el gasto destinado a infraestructura sea mínimo en comparación con el total presupuestario. Según datos de la Auditoría Superior de la Federación, en 2019 solo el 12 % del gasto federal fue para inversión física; lo demás se fue en burocracia, pensiones, subsidios y un limbo de corrupción y negligencia. En este contexto, la austeridad no ha servido para priorizar necesidades básicas; al contrario, ha debilitado al Estado mientras las redes clientelares se fortalecen.
- Obras exprés… que duran lo que el reflector
El emblema de esta gestión es la improvisación. El Tren Maya y Dos Bocas fueron presentados como proyectos estratégicos, pero se construyeron a ritmo político, sin estudios técnicos adecuados, con sobrecostos que doblaron el presupuesto y con plazos irreales. No son casos aislados: un análisis de la Auditoría revela que entre 1999 y 2010, el 36 % de las obras auditadas presentaron sobrecostos y tardaron el doble del tiempo previsto.
«El Tren Maya y la refinería de Dos Bocas podrían convertirse en proyectos rentables a largo plazo; sin embargo, no lo serán con los costos actuales ni en los plazos establecidos. Ambos requerirán una inversión adicional significativa, así como más tiempo del previsto originalmente, cuyo alcance aún no ha sido claramente definido.»
Los resultados son palpables: puentes que se desploman, carreteras que se erosionan, hospitales que se inundan y estructuras caras que no sirven al propósito social. Y luce lejos el orgullo por una infraestructura bien hecha y útil que resalten con el tiempo.
- La doble moral del poder
Mientras los obreros de antaño —los montadores, acomodadores, “los de abajo”— ahora aparecen en la nómina como empresarios exitosos, terratenientes, dueños de empresas. Herencias, donaciones extrañas, mansiones en el extranjero: se volvieron norma y justifican de su nuevo estatus asegurando que “son personas de confianza”. Un descaro que pone en evidencia que la austeridad es una bandera selectiva, utilizada para recortar en lo público mientras se expanden en lo privado.
Las declaraciones patrimoniales se convierten en un chiste macabro: “no tengo bienes, sólo una licuadora y una plancha”, pero aparecen paseando en autos de lujo y con cafés «Caramel Macchiato» a diario.
- Lo urgente necesita planeación, no ocurrencias
El economista de CNEC lo advirtió: sin un plan nacional de infraestructura, las obras resultan caras, tardadas y mal diseñadas; el Tren Maya, por ejemplo, debería haberse planeado en un horizonte de 7 a 10 años, no de cinco bajo presión política. Esto no es visión conspirativa: es sentido común técnico. El problema es que en este contexto, el atajo es la regla y los desvíos, la consecuencia lógica.
- Debilitamiento institucional: el gran perdedor
La austeridad sin criterios técnicos o con argumentos ideológicos ha dejado una estructura pública empobrecida: sin personal capacitado, sin supervisión efectiva, sin contraloría social —y con un recorte drástico de salarios y prestaciones. El resultado: obras públicas que parecen hechas “al ahí se va” y un costo social que pagamos con servicios deteriorados e inseguridad creciente.

¿Cómo pasar de simulacro a transformación real?
• Visión técnica profesional con estudios de factibilidad, análisis costo-beneficio y plazos realistas.
• Contraloría social activa, desde el diseño hasta la entrega.
• Transparencia patrimonial real: que las y los funcionarios puedan demostrar sus ingresos y patrimonio sin evasiones.
• Prohibición clara del nepotismo: priorizar el mérito público y sociedades formales, no herederos improvisados.
• Revisión pública de los mega‑proyectos: que comunidades y expertos participen antes, no cuando todo está contratado.
La austeridad republicana no debe ser pretexto para recortar lo esencial o improvisar lo público. Tampoco para ocultar lujos privados. Si los gobiernos pretenden ser verdadera transformación, deben combinar justicia social con eficiencia, planificación técnica y una élite pública sincera. De lo contrario, este sexenio quedará marcado por proyectos fugaces con brillo político y una infraestructura que colapsa tan rápido como las promesas mal planeadas.