
Por Wilfrido Hernández Cardozo
En el corazón de San Raymundo Jalpan, donde se ubica el Congreso del Estado de Oaxaca, los martillos resuenan, las paredes se visten de nuevo y los pasillos lucen relucientes. La remodelación del recinto legislativo avanza sin pausa, como si estuviéramos en el epicentro de un estado próspero, sin carencias, sin pobreza, sin necesidades. Pero basta mirar unos kilómetros más allá para advertir el contraste brutal: hospitales sin medicamentos, escuelas sin techos, comunidades sin agua, y niños aprendiendo en condiciones del siglo pasado. «La remodelación fue justificada por las autoridades con el argumento de que el inmueble llevaba más de dos décadas sin recibir mantenimiento.»
La remodelación del Congreso no es solo una obra física. Es, sobre todo, un monumento a la incongruencia política.
¿Qué justifica un gasto tan descomunal en el Congreso del Estado? ¿Un poder legislativo eficaz, propositivo, comprometido? Ojalá.
La LXVI Legislatura es, tristemente, una de las más opacas y menos productivas en años recientes. Las sesiones se limitan a una por semana, muchas veces sin quórum. Las iniciativas presentadas rozan lo decorativo: exhortos, cambios menores, reformas marginales. Hasta hoy, no hay una gran ley que haya salido de esta legislatura y que responda al tamaño de los desafíos oaxaqueños.
Y sin embargo, ahí están los muros nuevos, los plafones de lujo, los pasillos brillantes, como si el edificio hiciera el trabajo por ellos.
En un estado donde más del 65 % de la población vive en condiciones de pobreza y donde el acceso a servicios de salud básicos sigue siendo un privilegio, gastar cientos de millones en mármol, luces LED y salas climatizadas es una burla, no un avance.
Se puede (y se debe) tener un Congreso funcional y digno. Pero no hay dignidad en el derroche sin resultados. No hay decencia en embellecer la sede de un poder que no sesiona, no legisla ni representa. No hay transformación cuando el gasto público se sigue moviendo con la vieja lógica del privilegio disfrazado de modernización.
En Oaxaca se necesitan hechos, no recintos nuevos. Resultados, no decorados.
Análisis crítico
- A pesar del volumen —decenas de iniciativas y cientos de resoluciones— muchas corresponden a asuntos ordinarios (leyes municipales de ingresos, exhortos, reformas técnicas). Hay pocas reformas estructurales o leyes de alto impacto social.
- Las sesiones son una sola a la semana, y el quórum es frágil: en ocasiones varios diputados no asisten —según denuncias—, lo que deja en evidencia una baja presencia física y compromiso real.
- Aunque el ritmo legislativo tiene cifras formales, el efecto tangible en la vida de los oaxaqueños es limitado: pese a esfuerzos administrativos, siguen pendientes temas como salud, infraestructura, educación rural y pobreza extrema.
El Congreso aprueba cientos de leyes de ingresos, iniciativas menores y exhortos, pero no impulsa reformas integrales para combatir el rezago en salud, género, agua potable o empleo rural. Todo esto, mientras se decoran sus instalaciones con luces y muros nuevos, en un entorno de “austeridad”. ¿Acaso pintar paredes mejora la seguridad, reduce el hambre o garantiza medicamentos?

No podemos permitir que los representantes populares vivan en una burbuja de confort mientras Oaxaca sigue esperando justicia, desarrollo y soluciones. Antes que sillas nuevas, necesitamos leyes que sirvan. Antes que luces, voluntad. Antes que alfombras, presencia.
El Congreso no debe ser una vitrina de lujo, sino un motor de cambio. Hoy, tristemente, es solo un cascarón bonito que esconde la ineficiencia y la indiferencia.









