La guerra comercial empobrece a todos

El pulso entre el gigante asiático y la primera economía del mundo ha añadido un factor de inestabilidad y desconfianza al resto de mercados

La suspensión de las importaciones agrícolas estadounidenses y el anuncio del cierre de la línea de Air China entre Pekín y Hawái, que dejará de funcionar a finales de mes, fueron ayer los últimos episodios de la guerra comercial que desde marzo del año pasado mantienen Donald Trump y su homólogo chino, Xi Jinping. El pulso entre el gigante asiático y la primera economía del mundo ha añadido un factor de inestabilidad y desconfianza al resto de mercados, que desde la pasada semana sufren los altibajos que provoca otra guerra, subterránea y no declarada, en el campo de las divisas y que amenaza con aumentar la incertidumbre que en los últimos meses ha frenado el crecimiento de la economía global.

Las reglas del mundo libre obligan a competir en igualdad de condiciones, y ha sido China la que, desde que asumió el capitalismo más feroz como modelo de crecimiento, la que ha distorsionado el comercio internacional con un sistema basado en la explotación laboral, los bajos precios y la impermeabilidad a la inversión extranjera. Ligadas al nacionalismo, las políticas unilaterales puestas en marcha por la Administración Trump, sin embargo, no han logrado intimidar a Pekín, sino que han desatado una oleada intervencionista en la economía internacional basada en la devaluación encubierta y los tipos de interés bajos -cuando no negativos-, una apuesta generalizada y contagiosa por la pobreza que lo fía todo a vender más barato. Obligada a defenderse, la Unión Europea también interviene en su economía a través de la política financiera, pero su decidida apuesta por la apertura de mercados -Canadá o más recientemente Mercosur- y la liberalización del comercio representan su mejor arma en un escenario global en el que ir por libre y cerrarse en banda es el mejor atajo para empobrecerse.