El inusual discurso del Estado de la Unión con que Barack Obama intentó cimentar su legado

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Olvidémonos de la fanfarria, del ritual y de los anuncios. Hay que asumirlo: el último discurso que dio Barack Obama como presidente de Estados Unidos no fue el habitual banquete legislativo en el que se incluía de todo.

Pero es que no podía serlo.

Al presidente le queda menos de un año para terminar su gobierno, así que un menú de anuncios legislativos rico en proteínas hubiera sido una pérdida de tiempo: no tiene ni las horas ni los votos suficientes.

Esta ocasión fue el turno de los símbolos y los mensajes. «La historia la escriben los vencedores», dice Walter Benjamin, George Orwell o Winston Churchill, dependiendo a quién se la atribuyamos. Y como todo buen político, Barack Obama, trató de hacer historia con su último discurso del Estado de la Unión el martes.

Dejando de lado su habilidad verbal o la impetuosa elaboración del discurso que ha sido su sello oratorio, podría resumirlo como: «Esto era un pastel de estiércol cuando llegué, pero está bastante bien ahora».

Eso y que el tono fue optimista.

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«El futuro que queremos: oportunidades, seguridad para nuestras familias, una mejor calidad de vida y un planeta sustentable y pacífico para nuestros niños, todo eso está dentro de nuestro alcance».

Mensaje a Trump

Pero su mensaje también tuvo otra utilidad política.

De cara a las elecciones de noviembre, no hay que leer demasiado entre líneas para entender el subtexto: todo eso está dentro de nuestro alcance, siempre y cuando no cambiemos el curso. En otras palabras: no elijan a un republicano.

Y sobre lo que encontró al llegar a la Casa Blanca, Obama habló del espíritu de innovar y descubrir.

«Es ese espíritu el que ha hecho posible el progreso de estos siete años. Cómo reformamos nuestro sistema de salud y reinventamos nuestro sector energético, cómo protegimos mejor nuestras tropas y a nuestros veteranos y cómo aseguramos en cada estado la libertad para que cada uno se case con la persona que ama».

Parte de su legado depende de que un demócrata siga en la Casa Blanca, pero si hay un republicano que definitivamente no quiere ver sentado en el Salón Oval, ese es el empresario multimillonario Donald Trump.

A pesar de que no lo mencionó directamente, sí quedó claro a quien apuntaban sus palabras:

«Cuando los políticos insultan a los musulmanes, una mezquita es destrozada o un niño es intimidado, eso no nos hace más seguros. No es así, es simplemente incorrecto. Nos deja mal ante los ojos del mundo. Vuelve más difícil que alcancemos nuestras metas. Y traiciona quiénes somos como país».

Der hecho, el llamado a un tipo de diálogo distinto fue uno de los principales aspectos de su último discurso.

Política con altura de miras

Una de sus principales frustraciones como presidente ha sido la tóxica relación entre el Capitolio y la Casa Blanca.

También llamó a un discurso político más tolerante, abierto y respetuoso.

«La democracia requiere lazos de confianza entre los ciudadanos».

Ese objetivo probablemente esté en la lista de «lo que no se logró». Pero dijo que lo seguiría intentando.

Y entre los proyectos que está convencido que logrará sacar adelante en el poco tiempo que queda están: la reforma del sistema penal, combatir el abuso de medicamentos, formar más estudiantes para escribir en código de computador, la normalización de las relaciones con Cuba, un tratado comercial del Pacífico y la reforma migratoria.

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Y, por supuesto, su proyecto estrella: progresar en la lucha contra el flagelo de la violencia por armas. Uno de los asientos en el palco de la primera dama fue simbólicamente dejada vacío en memoria de aquellos que han sido asesinados y cuya voz ya no puede alzarse.

Pero este no fue un discurso del Estado de la Unión que será recordado por su lista de promesas.

Este tuvo que ver con una visión sobre el Estados Unidos de los próximos cinco años, cuando Obama ya esté lejos, podando rosas y sacando la maleza de su jardín (¿por qué será que me cuesta imaginarme esa imagen?). Un discurso optimista, alentador, esperanzador.

Ganarse a cada uno de los congresistas con este discurso nunca habría sido posible.

No. El objetivo no es el Congreso, sino la gente. Al entrar al último trecho de su presidencia, las últimas encuestas sugieren que cerca de dos tercios de los estadounidenses piensan que EE.UU. va en la dirección incorrecta. Sólo 27% del país cree que lo están haciendo bien.

Si logra dar vuelta los números, su legado está asegurado. Si esos números no se revierten, entonces la historia no estará escrita por el presidente, sino por el veredicto «del pueblo».