Hosni Mubarak, el dictador egipcio derrocado por la Primavera Árabe

No fue su actuación política, sino su participación en la ofensiva que Egipto lanzó contra Israel en 1973, en la conocida como guerra de Yom Kipur, lo que le valió su fama y popularidad en los primeros años como presidente.

En medio de la revuelta popular que en 2011 puso fin a 30 años de mandato del presidente Hosni Mubarak, el apodado «faraón» aseguró que moriría en Egipto y no abandonaría su patria, donde hoy falleció a los 91 años después de haber sido intervenido en el estómago y pasar un mes en cuidados intensivos.

Tras verse forzado a dejar el poder por las protestas masivas en las calles de Egipto, Mubarak fue juzgado sólo por una pequeña parte de los crímenes que le atribuyen sus oponentes, que denunciaron el uso de tortura, una corrupción extendida a todos los niveles y la falta de libertades básicas bajo su régimen. Nacido en 1928 en la provincia de Menufia, en el Delta del Nilo, Mubarak estudió en la Academia Militar de El Cairo y se convirtió en comandante de las Fuerzas del Aire, lo cual le permitió ascender en el escalafón social y casarse con la cosmopolita y aristócrata Suzanne Zabet, que sería la cara amable de su régimen.

No fue su actuación política, sino su participación en la ofensiva que Egipto lanzó contra Israel en 1973, en la conocida como guerra de Yom Kipur, lo que le valió su fama y popularidad en los primeros años como presidente. Compañero de batallas de Anuar Al Sadat, fue nombrado vicepresidente en 1975 y, siguiendo el mecanismo constitucional, sustituyó al difunto mandatario tras su muerte repentina. En 1977 fue nombrado secretario general del Partido Nacional Democrático (PND), fundado por Al Sadat y partido único, que Mubarak puso a su servicio tejiendo un extensa red clientelar entre militantes y hombres de negocios de su círculo más cercano. Fue confirmado en el poder en plebiscitos y elecciones no democráticas, hasta la celebración en 2005 de los primeros comicios presidenciales con otros candidatos.

Pero el estado de excepción permanente desde el asesinato de Al Sadat y los abusos en nombre de la lucha contra el terrorismo convirtieron al piloto en dictador, sobre todo tras el atentado fallido que sufrió en 1995 en la capital etíope, lo que alimentó su paranoia y le llevó a aislarse y alejarse cada vez más del pueblo. Sólo gracias a la presión de Estados Unidos, con el que Mubarak había conseguido mantener un delicado equilibrio diplomático, aceptó llevar a cabo algunas reformas democráticas a partir de los primeros años de la década de 2000, impulsadas además por movimientos y activistas sobre el terreno y por un creciente descontento popular. Ese descontento había aumentado desde los años noventa debido al endurecimiento de la represión, la corrupción y el proyecto de traspasar el poder a su hijo Gamal, uno de los motivos que llevó al ejército a sacrificar su cabeza porque el heredero del «faraón» no era militar.