La muerte de los ‘influencers’ de Boko Haram: una guerra que se libra en las redes

Barcelona.- El deseo de dominar Internet por parte de los grupos extremistas en Nigeria ha llegado hasta la violencia física. Y en el continente se está librando una batalla: ¿son las redes sociales una herramienta para los grupos radicales o de mejora de la convivencia?

En junio el ejército nigeriano anunció a bombo y platillo que había matado a nueve de los influencers más importantes de Boko Haram. La lucha contra el uso de las redes sociales por parte de los grupos extremistas ha llegado hasta el punto de la violencia física. El combate de la propaganda digital ha desbordado el mundo virtual. En el bando contrario, Habu Kalet Tijjani, ha sobrevivido a diversos ataques, él se dedica a contrarrestar el discurso extremista en las redes desde Maiduguri, la capital del estado de Borno que, a menudo se ha considerado el bastión del grupo armado nigeriano. La preocupación por dominar los mensajes en Internet se reproduce en otros lugares del continente, en los que se está librando la misma batalla en la que se determina si las redes se convierten en una herramienta para los grupos radicales o en un instrumento de mejora de la convivencia.

La consultora RAND ya elaboró un estudio para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el que se analizaba el uso que Al Shabab, Boko Haram y la franquicia del Estado Islámico que operaba en el continente africano hacían de las redes sociales. El planteamiento de ese informe ya era el de las redes como “un arma de doble filo para la seguridad el desarrollo”. Kate Cox, la responsable de esta investigación advierte que “no debemos mirar las actividades en línea de Boko Haram, ISIL y al-Shabaab de forma aislada: el acceso a Internet varía según el país y la región e, incluso, en áreas de alto uso de las redes sociales, la familia, los amigos, los líderes religiosos y las redes de afinidad más amplias también pueden contribuir a la radicalización”.

Cox señala, por ejemplo que esta complementariedad del mundo digital y real, se hace evidente “en el caso de Sudán, donde la radicalización de los estudiantes se ha relacionado tanto con fórmulas de reclutamiento a través de las redes sociales como con interacciones con un imán inspirado en el ISIL en el propio campus”. De esta manera el estudio de la consultora señalaba que los tres principales grupos extremistas que operaban en África en ese momento, no tenían en las redes sociales su mecanismo de radicalización clave, pero que sí utilizaban las herramientas digitales dentro de una estrategia más amplia.

En ese contexto, Kate Cox precisaba el papel de estos canales: “Las redes sociales pueden ser un facilitador de la radicalización, ya que los grupos terroristas pueden usar plataformas online para atraer reclutas, reforzar vínculos con sus afiliados, coordinarse o planificar, reivindicar ataques o criticar a quienes se oponen a sus principios”.

Por su parte, Giselle López fue una de las expertas en uso de las TIC para la consolidación de la paz que participó en un análisis de los mensajes difundidos por Boko Haram desde Nigeria, impulsado por la consultora Creative Associates International. “Al principio pensábamos que la mayor parte de la comunicación de Boko Haram se estaría realizando en canales oscuros como Telegram, WhatsApp o mensajes privados en Facebook y Twitter, pero nos sorprendió que había suficiente contenido para analizar en los canales públicos, como páginas de Facebook que todavía funcionaban mientras realizábamos la investigación”. López encontró tres temas fundamentales de conversación: las referencias religiosas; las discusiones sobre la suspensión y el ataque de las cuentas ligadas al grupo; y la yihad global y los flirteos con el Estado Islámico.

También son ilustrativas las conclusiones de esta experta sobre el objetivo de Boko Haram en las redes sociales. “Podemos decir que el reclutamiento on line es relativamente débil en comparación con el reclutamiento off line”, explica López que añade que “la mayor parte de contenidos en los canales públicos no buscaban reclutamiento directo”. Los objetivos son otros: “Atraer la atención, demostrar su fortaleza, conectarse con posibles reclutas e impresionarles, apoyar a otros grupos a los que desean acercarse y compartir mensajes que creen que tendrán repercusión entre sus simpatizantes. Todo esto ayuda al reclutamiento, por supuesto, incluso si no se realiza a través de publicaciones en las redes sociales”.

Para López “a menudo es mucho más efectivo dirigir mensajes alternativos en lugar de contra mensajes” y en esa lógica de construir un mensaje positivo está el activista nigeriano Habu Kalet Tijjani que alerta sobre un contexto complicado. “En 2018 hice una encuesta”, explica Tijjani, “y 9 de cada 10 jóvenes de entre 14 y 35 años de Borno tenía un smartphone; 8 de cada 10 con un smartphone usaba las redes sociales, sobre todo, Facebook y WhatsApp. Lo más preocupante es que el 83% de los encuestados miran videos negativos sobre sermones religiosos y noticias relacionadas con la violencia antes que cualquier otra cosa. Los jóvenes corren un más riesgo de ser radicalizados a través de las redes sociales que de cualquier otro medio”. Ese es el contexto en el que este activista se ha decidido a combatir la propaganda extremista utilizando también las herramientas digitales.

“Una vez publiqué un mensaje sobre las actividades de Boko Haram y, en 24 horas, recibí respuestas, en las redes sociales, a través de llamadas telefónicas e, incluso, personalmente, y algunos jóvenes empezaron a pedirme consejo. Después vino la encuesta que comentaba antes y la posibilidad de obtener una beca la agencia de cooperación estadounidense para contrarrestar el extremismo violento. Esas han sido mis motivaciones”, confiesa este activista. Tijjani considera que ese discurso construido por los grupos extremistas se puede contrarrestar usando “mensaje positivos cortos y atractivos” y “empleando las lenguas nacionales y los vídeos”. Para él es fundamental que este contrapeso al riesgo de radicalización esté muy basado “en contenidos locales” con los que los jóvenes puedan identificarse fácilmente y que se combinen “la intervención humanitarias con las campañas de sensibilización” para mejorar también las condiciones materiales.

A pesar de esa evidente amenaza, este activista nigeriano considera que las sociedades civiles afectadas no están explotando adecuadamente las redes, porque aún “consideran que no son significativas” o directamente “ignoran el papel que están jugando”, la importancia que tienen en la vida cotidiana de esos jóvenes.

Las dos expertas, tanto Cox como López parecen coincidir en que una perspectiva represiva no es efectiva. En el entorno de la UE, por ejemplo, Europol elimina sistemáticamente contenidos extremistas y, sin embargo, Kate Cox señala que “esas acciones pueden ayudar a interrumpir temporalmente las actividades en línea de los terroristas, pero la censura no elimina esas actividades y, como muestra nuestro informe, las empuja hacia canales de comunicación más privados (por ejemplo, servicios de mensajería cifrada como Telegram o WhatsApp) y las hace más difíciles de controlar”. En ese punto, López coincide: “No creo que la respuesta a los impactos negativos de las redes sociales sea deshacerse de estas plataformas o bloquear el acceso. Es importante que las empresas que las gestionan presten atención a cómo sus propias plataformas permiten y exacerban estos problemas y que trabajen con grupos que entienden el contexto y pueden contrarrestar efectivamente estas tendencias, incluido el extremismo violento. Estos grupos existen y, a menudo, solo necesitan apoyo”.

Para esta experta, “las redes sociales han tenido importantes impactos negativos en todo el mundo, incluida la difusión de discursos de odio, la desinformación y el extremismo violento. Sin embargo, también han tenido poderosos efectos positivos, como favorecer a movimientos de resistencia civil no violentos, la solidaridad global o las condenas del extremismo y la opresión, y, en general, una comunicación y un acceso a la información más abiertos”. “En realidad”, concluye López, “que los efectos de las redes sean positivos o negativos depende más del contexto, del medio en sí, del hablante, del marco de tiempo y de muchos otros factores, no tanto del canal”. Y por eso considera que es importante apoyar a las iniciativas que tienen capacidad para difundir un discurso constructivo, como la iniciativa #NotAnOtherNigerian. Uno de esos ejemplos es la actividad que desarrolla Habu Kalet Tijjani que reconoce que ha recibido diferentes ataques pero elude hablar de ellos y que responde categórico a la pregunta de si los riesgos valen la pena: “Sí, siempre lo he dicho”.